Ambos poemas pertenecen al propietario de la belleza:
El poeta de la casa y el libro, de la sonrisa y la luna, de la mujer y del sol.
El poeta de la casa y el libro, de la sonrisa y la luna, de la mujer y del sol.
Seleccionados por quien escribe entre una extensísima serie de exquisitos poemas.
ABRAZAME.
ABRAZAME.
Sopla un viento vacío,
como un saxo de niebla.
La olvidada costumbre de amar
nuestros pasos.
El milagro de amanecer junto
a un cuerpo hermoso.
La desesperación de habitar
lo que nos deja baldíos.
La admiración por el trueno,
espada de dioses.
No busques en el desierto
la flor.
Ayer.
Ayer alguien
la arrebato de la manos del tiempo.
La olvido. La mutilo de silencio.
No busques, no, por favor,
mi corazón en esta selva;
no hagas sonar el timbal
que provoca la estampida de sueños.
No hieras los recuerdos dispersos.
Abrázame,
como el náufrago a su esperanza de madera.
LIBERTAD.
Como habría de abrazarte
en medio de una catástrofe
te abrazo ahora
que las nubes descansan en su desconcierto,
y el sueño es calmo y las flores no son cenizas.
Tan solo intento que mi amor
no sea limosna.
Atravieso la tarde con mi cantimplora repleta de sedienta resaca, la atravieso calmo y feliz, reconstruyéndome de apoco, me visto de palabras y me desnudo de silencios.
Leo a Ludovico. Soy feliz.
Salto letras, dibujo azules, evalúo grises en primavera.
Desafino mi guitarra, me abrazo y me incorporo. Le pertenezco.
Miro a mi madre. Abro las ventanas.
Leo a Ludovico. Soy feliz.
Paseo por la voz de mi hermano, cierro los ojos y pienso en mi padre. Reflelxiono a mis muertos, me abrazo a hermosos recuerdos.
Espero a la lluvia. Beso los labios imaginarios del viento, me entrego al delirio.
Incendio un flor. Me siembro en el pecho una nueva semilla. Espero florecer antes del verano, quiero entregarme al sol de Enero.
Leo a Ludovico, soy feliz.
Me reprocho el cansancio. Me sostengo. Convicción de NO claudicar al absurdo del tiempo.
Pienso en ella. Instante diario de fiebre.
Cuento conejos antes de beber, botellas antes de dormir, ausencias al despertar.
Recorro a mi antojo el Domingo.
Leo a Ludovico. Soy feliz.
La lluvia acude. No la mojo.
Lentamente se pone de pie la tarde y se retira.
Te canto.
Te escribo.
Te extraño.
Te olvido.
Te insulto, te blasfemo y bendigo.
Te busco con demencial insistencia para decirte, que si, que si leo al inmenso poeta bajo el árbol frondoso de sus letras, me burlo de la muerte, del desden, del hastio y sus secuaces; tengo poderosos sortilegios en paginas custodiadas por la libertad de quien las escribe y me permite reflejarme.
Leo a Ludovico.
Carajo, soy feliz.
*Los poemas pertenecen al libro " Las cruces que abrazas ".
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